Sí, el cruasán también tiene un día internacional, esa especie de peste que se ha extendido por el mundo para celebrar cualquier cosa, desde lo más importante para la humanidad a lo más nimio y estúpido (por ejemplo, ese día dedicado a croqueta).
Pero las cosas son como son, y aprovechando esa txanpa vamos a contar algo sobre los cruasanes.
Y es que resistirse a la crujiente textura del cruasán, a su particular sabor entre dulce y salado y al potente aroma de la mantequilla, es una tarea titánica y probablemente una batalla perdida.
Damos fe.
Es la suma de todos estos factores y alguno que seguro se nos escapa, lo que ha convertido al cruasán en la pieza de bollería más solicitada del mundo.
Cuentan las crónicas que el cruasán nació en Austria en 1863 para celebrar la victoria local contra el ejército otomano, en la que el gremio de panaderos parece que tuvo un importante papel al dar las primeras voces de alarma de una inminente invasión.
Sin embargo, fuentes más fiables hablan ya de la existencia de un pastelito con forma de media luna elaborado en los conventos austriacos desde aproximadamente el siglo XI.
No obstante, se trataba de una masa fermentada más cercana al brioche que al cruasán actual, y no fue hasta el siglo XVI cuando los franceses dieron con una receta hojaldrada mucho más semejante al cruasán que todos conocemos.
Sin embargo, estos datos no terminan de explicar por qué el cruasán es la pieza de bollería más demandada del mundo.
Para esclarecer este punto vamos a dar algunas claves que nos ha contado un hábil donostiarra en la elaboración de este placer, así como alguna ocurrencia propia fruto de haber acabado en el hígado como un pato a causa de devorar cruasanes durante meses (aquí todo pasa por el experiencia propia y ajena).
Lo primero, es la experiencia sensorial que supone notar el crunch de cada una de sus capas pero para ello es imprescindible comerlo a mordiscos.
Segundo. No es empalagoso y mezcla bien tanto con el café, como con té o chocolate e incluso con zumos de frutas y si está relleno de queso o embutido marida perfectamente con cerveza, vino o cualquier refresco.
Tercero. Es liviano. No se hace pesado ni de comer ni de digerir, por eso es apto para consumir a cualquier edad; desde el infante de dos años (antes hay un importante riesgo de que se atragante), hasta su abuela.
Cuarto. Tiene el equilibrio perfecto entre dulce y salado. Además es muy versátil y tiene un tamaño muy polivalente. Lo podemos consumir con dulces como mermeladas o chocolates o con salado como fiambres o quesos.
Quinto. Podemos encontrarlo de multitud de tipos de harina: desde la refinada a la integral o las más sofisticadas masas veganas o vegetarianas; rellenos de casi cualquier ingrediente de los chocolates a las mermeladas o fiambres; bañados en azúcar, cacao, queso o sirope; frío, caliente, a la plancha…, la gama es infinita y por eso es prácticamente imposible no acertar con alguno que nos guste.
Sexto. Y eso es ya cuestión de los pasteleros; es un bollo muy sencillo pero a la vez muy complicado. Parece una receta muy fácil de hacer, pero en realidad no es nada fácil conseguir una masa hojaldrada con el punto justo de crujiente en todas las capas.
Y hacer hojaldre, un buen hojaldre, es un trabajo arduo, pesado y que requiere tiempo y paciencia.
La velocidad es enemiga de un buen cruasán.
Dado el segundo día de la quinta semana del año 2021.
Vale.