Para que una comida sea plena tiene que ir acompañada de una buena siesta.
El ‘yoga ibérico’, como acertadamente la describió Camilo José Cela, aquel escritor español que ganó el Premio Nobel de Literatura y que escribió ‘La colmena’
En ese sentido habría que ir pensando, no en estos tiempos de pandemia donde existen otras prioridades más apremiantes como no cerrar el establecimiento, pero sí para más adelante, habilitar espacios en los restaurantes para dormir la siesta.
O al menos no molestarse si alguien se queda dormido en la mesa – o en una conferencia, o en clase, o, incluso, en el trabajo-, que es eso que los japoneses, en su sabiduría, llaman ‘inemuri’.
Sobre el arte de la siesta ha escrito un breve ensayo el profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia y escritor Miguel Angel Hernández que lleva el acertado título de ‘El don de la siesta’.
Porque, sí, la siesta es un don, esto es, según la R.A.E. una «dádiva, presente o regalo».
A diferencia de lo que se creía antes, en especial por los no españoles, la siesta, como pone de manifiesto Hernández, no es una pérdida de tiempo, no es malgastar las horas del día.
Es una ganancia, un ‘tiempo muerto’ al modo del baloncesto, donde se para el juego para cambiar la forma de jugar, para tomar un respiro, y volver a jugar sabiendo qué estás haciendo mal y que estás haciendo bien.
En ‘El don de la siesta’ Miguel Angel Hernández reivindica la «siesta como vicio, como placer culpable, insano, casi prohibido. (…) como un momento de reencuentro con el cuerpo cansado, real, abyecto (…)». Incluso como una perfomance.
Este tiempo de goce, de recuperación, no es, repito, no es, un ‘periodo de recuperación controlada’ (PRC), como dicen ahora algunos vendedores de nada, que como tales, ganan una pasta-y es que no hay nada como vender nada a los millonarios deportistas.
Este breve ensayo, escrito casi a modo de apuntes, le sirve también a su autor para una suerte de exorcismo de algunos de sus males -de la culpa por haber hecho algo que no debía hacer-; pero también como lugar de la memoria –la de sus padres, la de su casa-, y de reflexión sobre el arte.
No en vano, el libro lleva por subtítulo ‘Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo’.
Y sí esta reeña está escrita después de una siesta de una hora y cuarto de duración tras haber comido unas estupenda albóndigas con patatas fritas, acompañadas de una buena cerveza y habiendo tomado como postre unos buñuelos de nata y crema que te rilas.
Vale.
Editorial: Anagrama Páginas: 267 Año: 2020 |