Que los buñuelos sean sólo postre de un día al año, el Día de Todos Los Santos (lo de Halloween ya como que lo dejamos para los gilipollas) resulta incomprensible.
Y es, incluso, enigmático, porque los buñuelos son uno de los mejores dulces que se pueden comer.
Después de Todos los Santos es imposible encontrar este dulce en los pastelerías que hay en la Capital Mundial de la Gastronomía, que es desde donde escribo.
Porque, y esto es una pregunta retórica: ¿Cómo es posible que un buñuelo, esa pequeña bolita de apenas unos cinco centímetros, esté tan espectacularmente bueno?.
El secreto, me dice un pastelero cuyo nombre me ha pedido encarecidameent que no aparezca, que para que el buñuelo quede fino, esponjoso y poco aceitoso hay que tener cuidado en trabajar bien la masa y freír en aceite bien caliente.
Una vez fríos se rellenan con una manga pastelera.
El relleno tradicional era o de nata o de crema. Y papo.
Pero la modernidad ha traído buñuelos que en su interior contienen cabello de ángel, chocolate o trufa.
Tienen que quedar gorditos, bien llenos. Que muestren salud, por así decir, o si se prefiere, que no sean veganos.
El origen de los buñuelos no está del todo claro, pues parece ser que la palabra ‘buñuelo’ tiene una etimología un tanto controvertida, porque si bien para algunos deriva de la palabra puñuelo (unas bolitas de masa de harina de trigo que en tiempo de los romanos se amasaban con los puños), otros creen que procede del vocablo francés beignet (que significa bulto o protuberancia).
Sin embargo su origen más probable y mejor documentado está en los árabes.
Allá por el siglo XI una receta del pastelero del rey árabe de Sevilla indica que preparaba unas bolitas de masa de agua y harina para luego freírlas en abundante aceite.
Habían nacido, al parecer, los buñuelos.
Sin duda, es el dulce más típico de esta temporada otoñal, que ha ido ganando fieles con el paso de los años, gracias especialmente a la popularización de los rellenos de todo tipo, aunque tradicionalmente los que se preparaban en casa consistían sólo en la masa bien frita, espolvoreada con azúcar y en ocasiones con canela, es decir, los conocidos como buñuelos de viento.
Desde esta humilde web hacemos un llamamiento a la ciudadanía a que saque de los buñuelos de su enclaustramiento temporal y que se puedan comer durante todo el año.
Vamos a plantear una petición para que los buñuelos se vendan todo el año y no sólo durante el día que se recuerda a los muertos.
Y nos vamos cantando: «Sin tomar aliento estoy/Rodeado de calor/Escucha tengo que respirar y respirar».
Dado el mísmo día en el que la Policía Autónoma Vasca liberó a Lucio Aguinagalde Aizpurua después de estar 18 días secuestrado por la banda terrorista ETA.
Vale.