Johann Christian Friedrich Hölderlin (Lauffen am Neckar, Ducado de Wurtemberg, 20 de marzo de 1770 – Tubinga, Reino de Wurtemberg, 7 de junio de 1843), poeta, novelista y dramaturgo, fue una de las más destacadas figuras del romanticismo alemán.
Destinado a la carrera teológica, pasó por diversos seminarios antes de ingresar en el de Tubinga, donde permaneció cinco años.
Allí trabó amistad con los futuros filósofos Schelling y Hegel, con quienes compartirá entusiasmo ante la Revolución Francesa.
También escribió sus primeros poemas.
En 1793 abandonó el seminario y se empleó como preceptor de familias adineradas, entre ellas la del banquero Gontard, con cuya esposa, Susette, inspiradora de sus Poemas a Diótima, mantuvo una relación amorosa.
En 1798 abandona su trabajo, y durante un tiempo se dedicó a actividades de tipo político, publica su novela Hiperión o El eremita de Grecia y traduce textos griegos.
A partir de 1801 empiezaron a manifestarse en él síntomas de locura que obligan a internarlo en 1806.
Al año siguiente fue recogido por un ebanista admirador de su obra, en cuya casa muere en 1843.
Entre sus poemas destacan sus grandes elegías: Stuttgard, Pan y vino y El Archipiélago.
La poesía de Hölderlin es expresión del malestar romántico, el anhelo de evasión de un mundo doloroso, en el que el poeta se siente desterrado, hacia un ideal paradisíaco reflejado en el mundo griego clásico.
Aquí y ahora presentamos su ‘Pan y Vino’ en versión bilingüe.
Friedrich Hölderlin
Pan y vino – Brod und Wein
Para Heinze – An Heinze
1
En todo su contorno descansa la ciudad; quieta se vuelve la callejuela iluminada,
Y, con antorchas adornados, se alejan susurrando los carruajes.
Colmados de las alegrías del día van a sus casas a descansar los hombres,
Y ganancia y pérdida sopesa una cabeza reflexiva
Satisfecha en el hogar; vacío está de uvas y flores,
Y de las obras de la mano descansa el industrioso mercado.
Pero música de cuerdas suena a lo lejos desde jardines; tal vez, que
Allí un amante toca o un hombre solitario
En amigos lejanos piensa y en la juventud; y las fuentes
Brotando constante y frescamente susurran junto a los canteros fragantes
Quietamente en el aire crepuscular resuenan los redobles de campanas,
Y pensando en las horas anuncia un vigilante el número.
Ahora también viene un soplo que agita las cumbres de la arboleda,
Mira! y la silueta de nuestra tierra, la luna.
Viene ya secretamente también; la entusiástica, la noche viene.
Llena de estrellas y bien poco preocupada de nosotros,
Brilla la que se admira allí, la extranjera entre los hombres,
Sobre las cumbres de las montañas subiendo triste y espléndida.
2
Maravilloso es el favor de los excelsos y nadie
Sabe, desde cuando y qué cosa le sucede a uno por él..
Así mueve él al mundo y al alma esperanzada de los hombres,
Ni siquiera el sabio comprende lo que él prepara, pues así
Lo quiere el dios supremo, que te ama tanto, y por eso
Te es más querido que él el día prudente.
Pero a veces le gusta también al ojo nítido la sombra
E intenta por placer, antes que sea necesidad, el sueño,
O mira también con gusto un hombre fiel a la noche,
Sí, es conveniente consagrarle coronas y canto,
Porque para los desvariados ella es sagrada y para los muertos,
Ella misma, sin embargo, permanece eternamente, en el más libre espíritu.
Pero ella nos tiene que ofrecer también, para que en el tiempo vacilante,
En la oscuridad algo nos sea un apoyo,
El olvido y la embriaguez sagrada, generosamente
Ofreciendo la palabra fluída a fin que, como los amantes, esté
Sin adormecimiento, y con la copa más plena y la vida más arriesgada,
Sagrado recuerdo también, velando en la noche.
3
Pero ocultamos inútilmente el corazón en el pecho, inútilmente sólo
Mantenemos la valentía nosotros, maestros y jóvenes, pues ¿quién
Quisera impedirlo y quién quisiera prohibirnos la alegría?
Fuego divino también impulsa, de día y de noche,
A salir. Por eso, ¡vamos! a fin que miremos lo abierto,
Que busquemos lo propio, tan lejos como aún esté.
Sólo una cosa es segura; sea a mediodía o vaya
Hasta la medianoche, siempre permanece una medida,
Común a todos, sin embargo a cada uno también le es dado algo propio,
Allí va y de allí viene cada uno, hacia donde puede.
¡Por eso! y burlarse con gusto de la burla le gusta a la locura regocijante,
Cuando ella en noche sagrada de pronto se apodera del cantante.
¡Por eso ven al istmo…! allí donde resuena el mar abierto
Junto al Parnaso y la nieve brilla en derredor de rocas délficas,
Allí a la tierra del Olimpo, allí a la altura del Citerón,
Bajo los pinos, allí, bajo las vides, desde donde
Tebas allí abajo e Ismenos resuena en la tierra de Cadmos,
Desde allí viene y hacia atrás señala el dios venidero.
4
¡Grecia feliz! tú, casa de todos los dioses celestes,
¿Es verdad por tanto, lo que escuchamos en un tiempo en la juventud?
¡Sala festiva! ¡el piso es el mar! y mesas las montañas,
En verdad para un solo uso construídas de antaño!
¿Pero los tronos, dónde están los templos, y dónde las vasijas?,
¿Dónde de néctar llenas, para los dioses como placer el canto?
¿Dónde, dónde brillan pues, dónde las sentencias certeras del oráculo?
Delfos dormita ¿y dónde resuena el gran designio?
¿Dónde el rápido? ¿dónde irrumpe, de permanente felicidad lleno,
Tronando desde aire sereno sobre los ojos, mostrándose?
¡Padre éter! así llamó y voló de lengua en lengua
Miles de veces, ninguno soportó solo la vida;
Repartido alegra ese bien y cambiado, con extranjeros,
Se vuelve un júbilo, crece durmiendo el poder de la palabra:
¡Padre! ¡sereno! y resuena, tan lejos como puede, el antiguo
Signo, heredado de los padres, acertada y creadoramente hacia abajo.
Pues así vuelven los celestes, vibrando profundamente llega así,
Desde las sombras, entre los hombres su día.
5
Sin ser percibidos vienen ellos primero, tienden hacia
Ellos los niños, demasiado clara viene, demasiado brillante la felicidad,
Y el hombre se recata ante ellos, apenas sabe decir un semidios,
Quienes son con sus nombres, aquellos que se le acercan con los dones.
Pero su valentía es grande, le llenan el corazón a él
Sus alegrías y apenas sabe como usar el don,
Crea, disipa y casi se le volvió lo no sagrado sagrado,
Lo que él con mano bendita insensata y buenamente roza.
Hacen lo posible por soportar esto los celestes; pero entonces en verdad
Vienen ellos mismos y los hombres se acostumbran a la felicidad
Y al día y a mirar a los que se muestran; la faz
De los que, ya de antes Uno y Todo llamados,
Profundamente llenaron el pecho callado con libre satisfacción,
Y primero y únicamente hacen feliz todo deseo;
Así es el hombre; cuando está allí el bien, y se preocupa con dones
Un dios mismo por él, él no lo conoce y no lo ve.
Tiene que llevarlo consigo antes; pero ahora lo llama su amado,
Ahora, ahora tienen que surgir palabras para ello, como flores.
6
Y ahora piensa él en honrar seriamente a los dioses benditos,
Real y verdaderamente tiene que anunciar todo su alabanza.
Nada debe salir a luz que no agrade a los altísimos,
Ante el éter no es digna la búsqueda de la ociocidad.
Por eso, estar dignamente en la presencia de los celestes,
Se etablecen en órdenes magníficos los pueblos
Unos con otros y construyen los templos hermosos y ciudades
Firmes y nobles, se alzan junto a las orillas –
¿Pero dónde están? ¿dónde florecen las conocidas, las coronas de la fiesta?
Tebas se marchita y Atenas; ya no resuenan más las armas
En Olimpia, ni los carruajes dorados de la competición,
¿Y no se coronan ya más los barcos de Corinto?
¿Por qué callan también ellos, los viejos teatros sagrados?
¿Por qué no se alegra la danza consagrada?
¿Por qué no señala como antes un dios la frente del hombre,
No imprime el sello, como antes, al que fue encontrado?
O vino también él mismo y tomó la forma del hombre
Y consumó y concluyó consolando la fiesta divina.
7
¡Pero amigo! llegamos demasiado tarde. En verdad viven los dioses,
Pero sobre la cabeza allá arriba en otro mundo.
Sin fin actúan allí y parecen no prestar atención
Si nosotros vivimos, con tanto cuidado nos tratan los celestes.
Pues no siempre puede darles cabida una vasija débil,
Solamente en ciertos tiempos soporta el hombre la plenitud divina.
Un sueño de ellos es después la vida. Pero la sala de los desvariados
Ayuda, como adormecimiento, y la necesidad fortalece y la noche,
Hasta que héroes suficientes hayan crecido en la cuna de hierro,
Los corazones son en su fortaleza, como antes, semejantes a los celestes.
Tronando vienen entonces ellos después. Mientras tanto pienso a menudo
Que mejor es dormir, que estar así sin compañeros,
Que aguantar así, y qué hacer entre tanto y qué decir,
No lo sé, y para qué poetas en tiempo escaso.
Pero ellos son, dices tú, como los sacerdotes sagrados del dios del vino,
Los que fueron de un país a otro en noche sagrada.
8
Pues, hace algún tiempo, que a nosotros nos parece largo,
Subieron todos, los que alegran la vida,
Cuando el padre retiró su rostro de los hombres,
Y la aflicción comenzó con todo derecho sobre la tierra,
Cuando apareció al final un genio silencioso, celestialmente
Consolador, el cual anunció el día final y desapareció,
Dejó como signo, de que había estado aquí antes y que
Volvería, el coro celestial algunos dones,
De los cuales humanamente, como antes, nos podemos alegrar,
Pues para la alegría, con espíritu, fue lo más grande demasiado grande
Entre los hombres y todavía, todavía faltan los poderosos para las más altas
Alegrías, pero vive serenamente todavía alguna acción de gracias.
Pan es el fruto de la tierra, pero es bendito por la luz,
Y del dios tronador viene la alegría del vino.
Por eso pensamos también nosotros en los celestes, los que ya
Han estado y vuelven en tiempo oportuno.
Por eso cantan también con seriedad los cantores, al dios del vino
Y la alabanza no les suena vanidosa a los antepasados.
9
¡Sí! ellos dicen con derecho, que él reconcilia al día con la noche,
Que guía a las estrellas del cielo hacia abajo, hacia arriba,
Siempre feliz, como el follaje del pino siempre verde
Que él ama, y la corona, que eligió de la yedra,
Porque él permanece y él mismo trae la huella de los dioses huídos
A los sin dioses, abajo, bajo lo oscuro.
Lo que el canto de los antepasados predijo de los hijos del dios,
¡Mira! somos nosotros, nosotros; ¡es fruto de las Hespérides!
Maravillosa y exactamente se ha cumplido en los hombres,
¡Créalo quien lo haya examinado! pero tantas cosas suceden,
Ninguna produce efecto, pues somos sin corazón, sombras, hasta que nuestro
Padre Eter haya sido reconocido por cada uno y escuchado por todos.
Pero entre tanto viene como blandeador de antorcha del altísimo
El hijo, el sirio, baja a las sombras.
Los de manera bienaventurada lo ven; una sonrisa desde la encarcelada
Alma brilla, su ojo se abre todavía a la luz.
Serenamente sueña y duerme en los brazos de la tierra el titán,
Aún el envidioso, aún Cerbero bebe y duerme.
Variante posterior de algunos versos de la última estrofa:
¡Créalo quien lo haya examinado! a saber, el espíritu está en su casa
No en el comienzo, no en la fuente. La patria lo consume,
Ama la(s) colonia(s) y el olvidar valiente el espíritu.
Nuestras flores alegran y la sombra de nuestros bosques
al sediento. Casi se habría quemado el animante.
1
Rings um ruhet die Stadt; still wird die erleuchtete Gasse,
Und, mit Fackeln geschmückt, rauschen die Wagen hinweg.
Satt gehn heim von Freuden des Tags zu ruhen die Menschen,
Und Gewinn und Verlust wäget ein sinniges Haupt
Wohlzufrieden zu Haus; leer steht von Trauben und Blumen,
Und von Werken der Hand ruht der geschäftige Markt.
Aber das Saitenspiel tönt fern aus Gärten; vielleicht, daß
Dort ein Liebendes spielt oder ein einsamer Mann
Ferner Freunde gedenkt und der Jugendzeit; und die Brunnen
Immerquillend und frisch rauschen an duftendem Beet.
Still in dämmriger Luft ertönen geläutete Glocken,
Und der Stunden gedenk rufet ein Wächter die Zahl.
Jetzt auch kommet ein Wehn und regt die Gipfel des Hains auf,
Sieh! und das Schattenbild unserer Erde, der Mond,
Kommet geheim nun auch; die Schwärmerische, die Nacht, kommt,
Voll mit Sternen und wohl wenig bekümmert um uns,
Glänzt die Erstaunende dort, die Fremdlingin unter den Menschen,
Über Gebirgeshöhn traurig und prächtig herauf.
2
Wunderbar ist die Gunst der Hocherhabnen und niemand
Weiß, von wannen und was einem geschiehet von ihr.
So bewegt sie die Welt und die hoffende Seele der Menschen,
Selbst kein Weiser versteht, was sie bereitet, denn so
Will es der oberste Gott, der sehr dich liebet, und darum
Ist noch lieber, wie sie, dir der besonnene Tag.
Aber zuweilen liebt auch klares Auge den Schatten
Und versuchet zu Lust, eh es die Not ist, den Schlaf,
Oder es blickt auch gern ein treuer Mann in die Nacht hin,
Ja, es ziemet sich, ihr Kränze zu weihn und Gesang,
Weil den Irrenden sie geheiliget ist und den Toten,
Selber aber besteht, ewig, in freiestem Geist.
Aber sie muß uns auch, daß in der zaudernden Weile,
Daß im Finstern für uns einiges Haltbare sei,
Uns die Vergessenheit und das Heiligtrunkene gönnen,
Gönnen das strömende Wort, das, wie die Liebenden, sei,
Schlummerlos und vollern Pokal und kühneres Leben,
Heilig Gedächtnis auch, wachend zu bleiben bei Nacht.
3
Auch verbergen umsonst das Herz im Busen, umsonst nur
Halten den Mut noch wir, Meister und Knaben, denn wer
Möcht es hindern, und wer möcht uns die Freude verbieten?
Göttliches Feuer auch treibet, bei Tag und bei Nacht,
Aufzubrechen. So komm! daß wir das Offene schauen,
Daß ein Eigenes wir suchen, so weit es auch ist.
Fest bleibt Eins; es sei um Mittag oder es gehe
Bis in die Mitternacht, immer bestehet ein Maß,
Allen gemein, doch jeglichem auch ist eignes beschieden,
Dahin gehet und kommt jeder, wohin er es kann.
Drum! und spotten des Spotts mag gern frohlockender Wahnsinn,
Wenn er in heiliger Nacht plötzlich die Sänger ergreift.
Drum an den Isthmos komm! dorthin, wo das offene Meer rauscht
Am Parnaß und der Schnee delphische Felsen umglänzt,
Dort ins Land des Olymps, dort auf die Höhe Cithärons,
Unter die Fichten dort, unter die Trauben, von wo
Thebe drunten und Ismenos rauscht im Lande des Kadmos,
Dorther kommt und zurück deutet der kommende Gott.
4
Seliges Griechenland! du Haus der Himmlischen alle,
Also ist wahr, was einst wir in der Jugend gehört?
Festlicher Saal! der Boden ist Meer! und Tische die Berge,
Wahrlich zu einzigem Brauche vor alters gebaut!
Aber die Thronen, wo? die Tempel, und wo die Gefäße,
Wo mit Nektar gefüllt, Göttern zu Lust der Gesang?
Wo, wo leuchten sie denn, die fernhintreffenden Sprüche?
Delphi schlummert und wo tönet das große Geschick?
Wo ist das schnelle? wo bricht’s, allgegenwärtigen Glücks voll,
Donnernd aus heiterer Luft über die Augen herein?
Vater Äther! so rief’s und flog von Zunge zu Zunge,
Tausendfach, es ertrug keiner das Leben allein,
Ausgeteilet erfreut solch Gut und getauschet, mit Fremden,
Wird’s ein Jubel, es wächst schlafend des Wortes Gewalt:
Vater! heiter! und hallt, so weit es gehet, das uralt
Zeichen, von Eltern geerbt, treffend und schaffend hinab.
Denn so kehren die Himmlischen ein, tiefschütternd gelangt so
Aus den Schatten herab unter die Menschen ihr Tag.
5
Unempfunden kommen sie erst, es streben entgegen
Ihnen die Kinder, zu hell kommet, zu blendend das Glück,
Und es scheut sie der Mensch, kaum weiß zu sagen ein Halbgott,
Wer mit Namen sie sind, die mit den Gaben ihm nahn.
Aber der Mut von ihnen ist groß, es füllen das Herz ihm
Ihre Freuden, und kaum weiß er zu brauchen das Gut,
Schafft, verschwendet und fast ward ihm Unheiliges heilig,
Das er mit segnender Hand törig und gütig berührt.
Möglichst dulden die Himmlischen dies; dann aber in Wahrheit
Kommen sie selbst, und gewohnt werden die Menschen des Glücks
Und des Tags und zu schaun die Offenbaren, das Antlitz
Derer, welche, schon längst Eines und Alles genannt,
Tief die verschwiegene Brust mit freier Genüge gefüllet,
Und zuerst und allein alles Verlangen beglückt.
So ist der Mensch; wenn da ist das Gut, und es sorget mit Gaben
Selber ein Gott für ihn, kennet und sieht er es nicht.
Tragen muß er, zuvor; nun aber nennt er sein Liebstes,
Nun, nun müssen dafür Worte, wie Blumen, entstehn.
6
Und nun denkt er zu ehren in Ernst die seligen Götter,
Wirklich und wahrhaft muß alles verkünden ihr Lob.
Nichts darf schauen das Licht, was nicht den Hohen gefället,
Vor den Äther gebührt Müßigversuchendes nicht.
Drum in der Gegenwart der Himmlischen würdig zu stehen,
Richten in herrlichen Ordnungen Völker sich auf
Untereinander und baun die schönen Tempel und Städte
Fest und edel, sie gehn über Gestaden empor –
Aber wo sind sie? wo blühn die Bekannten, die Kronen des Festes?
Thebe welkt und Athen; rauschen die Waffen nicht mehr
In Olympia, nicht die goldnen Wagen des Kampfspiels,
Und bekränzen sich denn nimmer die Schiffe Korinths?
Warum schweigen auch sie, die alten heil’gen Theater?
Warum freuet sich denn nicht der geweihete Tanz?
Warum zeichnet, wie sonst, die Stirne des Mannes ein Gott nicht,
Drückt den Stempel, wie sonst, nicht dem Getroffenen auf?
Oder er kam auch selbst und nahm des Menschen Gestalt an
Und vollendet’ und schloß tröstend das himmlische Fest.
7
Aber Freund! wir kommen zu spät. Zwar leben die Götter,
Aber über dem Haupt droben in anderer Welt.
Endlos wirken sie da und scheinen’s wenig zu achten,
Ob wir leben, so sehr schonen die Himmlischen uns.
Denn nicht immer vermag ein schwaches Gefäß sie zu fassen,
Nur zuzeiten erträgt die göttliche Fülle der Mensch.
Traum von ihnen ist drauf das Leben. Aber das Irrsal
Hilft, wie Schlummer, und stark machet die Not und die Nacht,
Bis daß Helden genug in der ehernen Wiege gewachsen,
Herzen an Kraft, wie sonst, ähnlich den Himmlischen sind.
Donnernd kommen sie drauf. Indessen dünket mir öfters
Besser zu schlafen, wie so ohne Genossen zu sein,
So zu harren, und was zu tun indes und zu sagen,
Weiß ich nicht, und wozu Dichter in dürftiger Zeit.
Aber sie sind, sagst du, wie des Weingotts heilige Priester,
Welche von Lande zu Land zogen in heiliger Nacht.
8
Nämlich, als vor einiger Zeit, uns dünket sie lange,
Aufwärts stiegen sie all, welche das Leben beglückt,
Als der Vater gewandt sein Angesicht von den Menschen,
Und das Trauern mit Recht über der Erde begann,
Als erschienen zuletzt ein stiller Genius, himmlisch
Tröstend, welcher des Tags Ende verkündet’ und schwand,
Ließ zum Zeichen, daß einst er da gewesen und wieder
Käme, der himmlische Chor einige Gaben zurück,
Derer menschlich, wie sonst, wir uns zu freuen vermöchten,
Denn zur Freude, mit Geist, wurde das Größre zu groß
Unter den Menschen und noch, noch fehlen die Starken zu höchsten
Freuden, aber es lebt stille noch einiger Dank.
Brod ist der Erde Frucht, doch ist’s vom Lichte gesegnet,
Und vom donnernden Gott kommet die Freude des Weins.
Darum denken wir auch dabei der Himmlischen, die sonst
Da gewesen und die kehren in richtiger Zeit,
Darum singen sie auch mit Ernst, die Sänger, den Weingott,
Und nicht eitel erdacht tönet dem Alten das Lob.
9
Ja! sie sagen mit Recht, er söhne den Tag mit der Nacht aus,
Führe des Himmels Gestirn ewig hinunter, hinauf,
Allzeit froh, wie das Laub der immergrünenden Fichte,
Das er liebt, und der Kranz, den er von Efeu gewählt,
Weil er bleibet und selbst die Spur der entflohenen Götter
Götterlosen hinab unter das Finstere bringt.
Was der Alten Gesang von Kindern Gottes geweissagt,
Siehe! wir sind es, wir; Frucht von Hesperien ist’s!
Wunderbar und genau ist’s als an Menschen erfüllet,
Glaube, wer es geprüft! aber so vieles geschieht,
Keines wirket, denn wir sind herzlos, Schatten, bis unser
Vater Äther erkannt jeden und allen gehört.
Aber indessen kommt als Fackelschwinger des Höchsten
Sohn, der Syrier, unter die Schatten herab.
Selige Weise sehn’s; ein Lächeln aus der gefangnen
Seele leuchtet, dem Licht tauet ihr Auge noch auf.
Sanfter träumet und schläft in Armen der Erde der Titan,
Selbst der neidische, selbst Cerberus trinket und schläft.
Späte Variante zu eunigen Versen der Schlußstrophe:
Glaube, wer es geprüft! nämlich zu Haus ist der Geist
Nicht im Anfang, nicht an der Quell. Ihn zehret die Heimat,
Kolonie(n) liebt, und tapfer Vergessen der Geist.
Unsere Blumen erfreuen und die Schatten der Wälder
Den Verschmachteten. Fast wär der Beseeler verbrannt.
Traducción de Rafael Capurro