Diofanto de Errotaburu se debatía entre solucionar un pequeño problema matemático que le había propuesto un amigo, y que no tardaría mucho en solucionarlo, o hacerse para comer unos Medallones de Ternera a la sartén con judías verdes y almendras que le había propuesto su amante, Lady Grosvenor (y es que ha Iratxe Txorrazabal, que era su verdadero nombre, le gustaban los nombres de aroma británico, acaso porque ella de Gecho) y que le había dejado escrito en su ‘Cuaderno de las Recetas Verdaderas según la geometría euclidiana’.
El problema que le planteaba su amigo era que encontrase cuatro enteros x, y, z, y n con x, y, z diferentes de 0, y n mayor que 2, tales que: xn+yn= zn.
¡Bah! –pensó-, lo dejo para la tarde mientras me tomo una sidra y bailo un aurresku.
Porque Diofanto de Errotaburu era un gran bailarín de danzas vascas y gustaba de ensayar por las tardes mientras pensaba en las soluciones a los problemas matemáticos en los que estaba metido.
Así que abrió el cuaderno de recetas, empezó a leer para hacer esos Medallones de Ternera a la sartén con judías verdes y almendras.
La receta original decía que tenía que ser con Ternera Gallega IGP (Indicación Geográfica Protegida), pero en aquel momento la iba mal acercarse a Galicia y además él era descendiente de una ilustre saga de vascos con mucho RH negativo (¿o era positivo? Maldita sea!, siempre se equivoca con eso, y es que el franquismo había hecho mucho daño y tú ya sabes), y la carne vasca-vasca también es muy buena.
Y era la única que tenía en el frigorífico, para que engañarse.
Bueno, no debía despistarse y debía seguir bien los pasos de la receta. Método, siempre método, joven; como le decía su profesor de matemáticas.

Una conjetura te voy a dar yo a tí.
Así que se puso a atemperar la carne una hora antes de cocinar los medallones de ternera. Al menos una hora, si son dos, mejor, porque siempre es mejor que sobre que qué falte.
Atemperada la carne, se la embadurnar con aceite de oliva y pimienta negra recién molida.
Sí, con ese molinillo pimentero que le regaló su nunca suficientemente bien alabada Iratxe Txorrazabal por su último cumpleaños.
En la receta llegaba un momento complicado, había que hacer en la sartén, una de estas atómicas antiadherentes, a fuego alto, primero por los cantos y luego por las caras.
Al empezar a cocinar por las caras, añadir dos (2) ajos prensados con piel y un chorrito más de aceite de oliva.
Al dar la vuelta añadir una rama de tomillo fresco. Por aquello del frescor puro de la naturaleza (aunque el tomillo lo había arrancado de una maceta que tenía la vecina en el balcón y que cuidaba con esmero catalán -su vecina era catalana, y lo sabía porque le hablaba a su nieto en catalán –ah! que gran pueblo el catalán que conserva su idioma y sus tradiciones, aunque sea la sardana).
Terminó de cocinar justo en el punto sangrante a que a él tanto le gustaba, bañando regularmente con los jugos y aceite sobre la carne.
Retiró la carne, añadió sal gruesa y dejó reposar 3-4 minutos.
A continuación hizo el acompañamiento.
Salteó las judías (como no tuvo tiempo de hacerlas y pasaba de quitarle los hilos se compró unas congeladas) en la misma sartén con otro ajo picado donde cocinó la carne.
No hay que manchar más de lo necesario de tanto limpiar.
Por último, añadió perejil picado fresco también robado a su vecina (aquello le empezó a recordar al gran Karlos Arguiñano, lo del perejil no lo de robar) y salpicar de almendra laminada.
Listo.

Esta boca se va a comer esos medallones de ternera.
Y todo ello mientras escuchaba ‘Three Chords and the Truth’ de Van Morrison, un tipo tan bueno en disco como desagradable en directo.
Pero eso era ya otra historia.
Tres años después Diofanto de Errotaburu se pegó un tiro en el pie al no ser capaz de solucionar el problema de su amigo.