Desde que su yaya (o amona como también la conocía) le regalase un juego para jardinería siendo un infante de dos años, Leonardo Donosti había desarrollado un gusto especial por la agricultura y, subsiguientemente, por la cocina.
Aquel regalo le había marcado de por vida, tanto que encaminó sus pasos profesionales en el mundo de la agricultura ecológica, cosa esta que sus padres aprobaron aunque, secretamente, ellos hubiesen preferido que fuese abogado, para así defenderse de las malas hierbas del mundo humano.
Y lo de cultivar verduras, bueno, que fuese un bonito, entretenido, e incluso, apasionante hobby. Pero un pasatiempo, no un trabajo.
Pero no hubo manera.
El regalo de su yaya fue mucho regalo y él, enseguida, cogió maña para manejar la carretilla, la pala y el azadón.
Una de las cosas que más le gustaba cultiva a Leonardo Donosti eran nabos y apionabos, que regalaba muy gustoso a los conejos de sus vecinas desde que supo que le mundo es mundo y que la distancia más corta entre dos puntos es un intermediario.
Como era el final de la primavera según el calendario –bueno con lo del cambio climático y tal y cual y de lo aquí y lo de allá, lo de las estacones climatológicas se habían reducido a dos, como en Africa, la estación seca y la estación húmeda, pero no dejaba de ser bonito recordar alguna vez hubo un invierno y un verano y un otoño y una primavera pensó – se propuso hacer una de sus especialidades, una Ensalada de apio y endivias con nueces.
Así que Leonardo Donosti puso en un bol queso azul, una cucharada sopera de vinagre de sidra, bastante perejil, tres cucharadas soperas de aceite de oliva y mezcló todo bien hasta conseguir una sala de queso untuosa.
Coció durante treinta segundos en agua hirviendo un apionabo pelado.
Lo sacó de la cazuela, lo escurrió y enfrió bajo el chorro de agua de fría.
Lavó la rúcula y la endivia que cultivaba en su huerto casero y la manzana verde.
Cortó la manzana en bastones con la piel incluida.
Por último mezcló las verduras y las nueces y aliñó con la salsa de queso.

Las ensaladas de Leonardo Donosti están para chuparse los dedos.
Esto es lo que le gustaba de las ensaladas, que eran fáciles, agradables de comer y que eran la entrada perfecta para meterse ente pecho y espalda una estupenda chuleta de vaca vieja gorda echa como se hacía en los asadores de toda la vida, aquellos que estaban sucios hasta el techo pero que tenían mucha tradición. Lástima de sanidad.
A causa de un tipo que conoció siendo un niño a Leonardo Donosti le gustaba escuchar jazz cuando cocinaba (bueno, también escucha rap, hip hop, soul vintage y lo que le echasen), y mientras hacía su Ensalada de apio y endivias estuvo escuchando From This Place de Pat Metheny, un maravilloso disco de 2020.
Y se sintió feliz.