El genio renacentista de Leo Donosti encontró una extrana receta de Pasta Amatriciana en un libro de viejo titulado ‘Recetas sensacionistas’ que se compró en una librería llamada ‘Alvaro Reis’ en uno de sus viajes a Lisboa.
No exento de estupor y admiración Leo Donosti leyó la receta de Pasta Amatriciana que decía así:
«¡¡Cortar el guanciale ahumado en trozos!!
ese guanciale que nos es otra cosa que la papada de cerdo curada
cosas de los italianos
¡Italia! ¡Italia, la de marco y su mono!!
saltear como si en una pista de circo estuviesen con los trapecistas (¡ah! los trapecistas) el guanciale en una sartén con un chorrito de aceite
aceite de oliva virgen extra de primera prensada ¡no!, que es muy caro
mejor sólo aceite de oliva
sólo. Solo
cuando la papada de cerdo curada este blanda,
añadir tomates, rojos como los comunistas de Turkmenistán,
la sal de los bravos mares del Japón que baten sus olas contra las rocas donde Hokusai pintaba al atardecer en primavera
la pimienta –negra, blanca, verde, de etiopia, de sichuan, de Jamaica (desde donde salió el barco velero cargado de ron rumbo a Nueva York)
y el chile
no el país
sino el pimiento picante
¡triturar todo como si le estuviesen aplastando al cabeza a tu peor enemigo,
aquel que te quito la novia, el dinero, la casa y el reloj que te regaló ella
por uno de tus cumpleaños
¿cuál?
cuando el guanciale se haya derretido
¡glasear con vino!!
¡¡¡como aquel que hacía acelerar al señor conductor!!!
y que ahora la DGT te multa con mil euros y te saca seis puntos
porque los puntos siempre sobre las íes
silba, fiu, fiu, fiu
y deja reposar con el fuego apagado
mientras tanto, cocer
los bucatini
o los foratini
o los espagueti
o los fettuccine
o los fusilli
¡¡en agua hirviendo con sal y escurrirlos ‘al dente!
y tú,
que estás guiado por Hermes alado
mezcla el guanciale con la salsa,
añade los bucatini a la sartén y mezcla
y dale vueltas y vueltas y vueltas
y ahí,
con el brazo dolorido por dar vueltas y vueltas
espolvorea con un generoso puñado de queso Italia
donde un día Dante soño con el Inferno
y sirve inmediatamente
porque fríos no sirven de nada
y todo será hermoso como un portaviones
navegando por las aguas surcadas por Agemón
para llegar a Troya
Punto final»
Leo Donosti no sabía si reír o llorar, si tirar el libro o quedárselo como un tesoro.
Algo haría.
Pero, sí, era un pasta amatriciana.