Raviolis de acelgas fue el encargo que el Secretariado Mundial de la Precisión y el Alma le pidió a Goseta Lola que elaborase como fin del curso ‘Gustar y emocionar en la era de la Gran Mutación’.
¿Qué hacía ella allí?, se preguntó.
Pregunta sin respuesta. Estaba y ya.
Así que Goseta se agenció 300 g de ricota; 500 g de acelgas, 150 g de Parmigiano Reggiano , rallado,4 huevos y 1 yema, 400 g de harina tipo ‘00’, 10 g de mantequilla, sal fina; mientras escuchaba por sus auriculares una audio libro (¿quedaba alguien que leyese en papel? Bueno, sí, los viejos y viejunos):
«De todas las criaturas que tienen mente y alma/no hay especie más mísera que la de las mujeres. Primero han de acopiar dinero con que compren/un marido que en amo se torne de sus cuerpos,/lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay./Y en ello es capital el hecho de que sea/buena o mala la compra, porque honroso el divorcio/no es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge.»
Y ahí empezó a preparar la pasta.
En una tabla enharinada mezcló la harina con cuatro huevos, teniendo en cuenta que cada 100 gramos de harina necesitarían un huevo.
Amasó todo, hasta que la mezcla fue suave y homogénea.
No era necesario, añadir un poco de agua, pues todo le quedó a la perfección –ella era Goseta Lola.
Dejó reposar la masa en la nevera durante treinta minutos
Y seguía escuchando:
«Llega una, pues, a nuevas leyes y usos y debe/trocarse en adivina, pues nada de soltera/aprendió sobre cómo con su esposo portarse. Si, tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no/protesta contra el yugo, vida envidiable es ésta;/pero, si tal no ocurre, morirse vale más. El varón, si se aburre de/estar con la familia,/en la calle al hastío de su humor pone fin;/nosotras nadie más a quien mirar tenemos. Y dicen que vivimos en casa una existencia/segura mientras ellos con la lanza combaten,mas sin razón: tres veces formar con el/escudo preferiría yo antes que parir una sola.»
Y empezó con el relleno pues el Secretariado Mundial de la Precisión y el Alma así lo demandaba:
Lavó las acelgas. Cocinó al vapor las verduras. Una vez cocidas, las escurrió y las dejó enfriar.
Saco todo lo que pudo el agua de las acelgas, después las cortó y las salteó en una cacerola con mantequilla durante un par de minutos.
Mezcló en un bol con el Parmigiano Reggiano y el queso ricotta.
Cuando el relleno estuvo frío, añadió una yema.
Por los auriculares se oía:
«Pero el mismo lenguaje no me/cuadra que a ti:/tienes esta ciudad, la casa de tus padres,/los goces de la vida, trato con los amigos,/y en cambio yo el ultraje padezco de mi esposo,/que de mi tierra bárbara me raptó, abandonada,/sin patria, madre, hermanos, parientes en los cuales/pudiera echar el ancla frente a tal infortunio».
Y al final preparó los raviolis de acelgas:
Trabajó una fina capa de masa sobre una superficie de trabajo enharinada.
Dividió el relleno en pequeñas bolitas y las colocó en la hoja de masa, con un espacio suficiente para permitir que los raviolis quedasen bien cerrados durante el siguiente paso de la preparación.
Puso otra hoja de masa en la parte superior y con la punta de los dedos presionó ligeramente a lo largo de los bordes del relleno, para eliminar el aire y sellar los raviolis.
Cocinó los raviolis en agua salada hirviendo durante unos tres minutos.
Mientras tanto, derritió mantequilla con dos cucharadas de agua de cocción.
Escurrió la pasta y la aderezó con mantequilla derretida y mucho Parmigiano Reggiano.
Y seguía oyendo:
«Mas, en fin, yo quisiera de ti obtener sólo esto,/que, si un medio o manera yo encuentro de vengar/el mal que mi marido me ha hecho, callada sepas/estar. Pues la mujer es medrosa y no puede/aprestarse a la lucha ni contemplar las armas,/pero, cuando la ofenden en lo que toca al lecho,/nada hay en todo el mundo más sanguinario que ella»
Y tras todo esto ya le podían gustar a los miembros del Secretariado Mundial de la Precisión y el Alma sus Raviolis de acelgas porque si no les iba a cortar los… esos que estás pensando.
Y porque la ‘Medea’ de Eurípides se lo merecía, aunque fuese mala como la peste.